Historia de Terror Matrimonio

9:04

Me paso los días separando las lentejas del arroz.
A veces me dan las dos de la mañana guardando cada legumbre dentro de su frasco. Si no hubiese sido tan torpe e impulsiva nada de esto hubiera pasado, si hubiese calculado bien el espacio...
El caso es que Felipe y yo discutimos mucho.
Felipe es mi novio, llevamos tres años juntos y desde hace uno compartimos piso.
Yo pensaba que, viviendo juntos, todo nos iría mejor, pero, desgraciadamente, no es así. Cuando no estamos enfadados y sin hablarnos, estamos discutiendo, y si no, de pelea. Hace poco, nuestras peleas pasaron de ser solamente verbales a llegar a las manos, con empujones, patadas, tortazos e incluso mordiscos.

Las discusiones siempre empezaban por una tontería y de la manera más absurda.
La verdad es que no sé como podía aguantar su prepotencia, su manera de ver y hacer las cosas, como si él siempre estuviese en posesión de la verdad, de la razón y sobre todo no sé cómo aguantaba su forma de ser, tan agresiva. Si yo hubiese sido más pacífica, nada de esto hubiera pasado, pero es que yo jamás he sido dócil ni sumisa y no iba a cambiar esto por él ahora.

Lo de las lentejas y el arroz fue la gota que colmó el vaso.
Aquella tarde yo estaba sola en la salita viendo la televisión, era un programa de talk-show, sí, de esos en los que la gente sale del anonimato para sacar fuera los trapos sucios familiares y exponer su vida públicamente. No es que me guste este tipo de programas, al menos especialmente, pero es que, para qué negarlo, a veces lo único que me reconforta es ver que hay personas que lo pasan aún peor que yo. Sé que es un cruel modo mío de ver las cosas pero... Así que, estaba yo tan tranquila intentando imaginar como era la vida de aquella mujer, madre soltera de un chico deficiente mental (¡Qué palo! ¿no?) cuando Felipe irrumpió en la salita dando berridos.
- ¡¡Mariana ¿quieres quitar ese bodrio de programa de una puta vez!!?
- Cariño, si te molesta bajo el volumen, es que me interesa saber cómo se las apañó esta pobre mujer para sacar a su pobre hijo mongólico adelante.
- ¿Qué coño te importa a ti eso? ¡Que lo quites te he dicho¡

Me levanté del sillón e intenté encararme con él:
- ¿Por qué? Yo no te digo nada cuando tú ves esos documentales tan aburridos y me obligas a verlos contigo, yo me aguanto, aguántate tú ahora un ratito hasta que se acabe.

Noté que Felipe se iba sulfurando por momentos, tanto que, prescindiendo de palabras, me asió de la muñeca con fuerza y me golpeó en la cabeza con la mano.
- ¡Que lo quites!
Me fui a la cocina sin hacerle caso. Felipe me siguió para darme un fuerte empujón que me empotró contra el armarito de las especias y las legumbres. Este armarito tiene, mejor dicho, tenía las puertas de cristal. Las puertecitas se rompieron con estrépito chocando con mi espalda desnuda. Todavía se me saltan las lágrimas cuando miro mi espalda en el espejo, tan llena de marcas.

Dos botes de legumbres, el de las lentejas y el del arroz, se volcaron, mezclándose su contenido con los cristalitos de las puertas. Como a Felipe le han despedido del trabajo y yo gano más bien poco trabajando en la tienda de ultramarinos, era una gran faena lo que nos había pasado con las legumbres. Por eso es que me paso el día separándolos y devolviéndolos a sus tarros de plástico sin tapa.

Al principio era más difícil porque había cristales, así que lo primero que hice fue quitarlos y guardarlos en una bolsa de plástico que he metido dentro de la nevera. Y son las tres de la mañana y los botes aún van sólo por la mitad. Voy a coger un puñadito de lentejas, si es número par, seguiré con esto, si no, me iré a dormir y mañana haré lo que debí hacer hace ya un tiempo.

Diecisiete lentejas.

El número impar que cambiaría mi vida.

Hoy hay un programa especial en el talk-show. Espero que Felipe se eche una siesta lo suficientemente larga como para que pueda ver el programa entero sin problemas.


Felipe se ha levantado hoy de mal humor. Le duele la tripa y está cabreado porque no encuentra trabajo. Yo sigo a mis lentejas y a mi arroz...
- Mariana, ya te vale ¿Cuántos días llevas con el arroz y las lentejas? ¡Eres la mujer más torpe que he visto, está visto que tendré que hacerlo yo, porque tú no sabes!.

Yo no le hago caso, cojo la chaqueta, le digo adiós con la mano y me voy a la tienda, a trabajar.

Volví a la hora de comer y las lentejas y el arroz seguían tal y como yo las dejé. Felipe dormía y roncaba tumbado en el sillón con la televisión puesta en uno de esos documentales sumamente aburridos a los que es tan aficionado. Me preparé una tortillita francesa y me fui con ella a la salita. Lo primero que hice fue cambiar de canal porque ya iba a empezar el talk-show. Al poco rato, cuando más interesante estaba el programa (un chico homosexual contaba cómo tuvo que dejar a su novia al darse cuenta de que se había enamorado del hermano de ella), Felipe se despertó.

- ¡No me lo puedo creer, estás viendo esa mierda otra vez!

Mi mueca de descontento lo decía todo así que, ni siquiera protesté pero, eso sí, aferré el mando a distancia con todas mis fuerzas e intenté cambiar de tema de conversación.
- No has terminado lo de las lentejas y el arroz, cariño, y dijiste que lo harías
- Hazlo tú, que es para lo único que vales aunque seas tan lentorra.
- No pienso permitirte que me hables así ¿¡Me has oído!?.
- Cambia el canal, que quiero ver el documental.
- ¡No me da la gana!.
- ¡Qué lo cambies!.

Felipe se incorporó, levántandose del sillón, con gesto agrio, había verdadero odio en sus ojos y se avalanzó sobre mí para arrebatarme el mando a distancia, pero yo, más rápida que él, le clavé las uñas en el dorso de la mano y, mientras él chillaba de dolor, alcancé un cenicero de granito que había en la mesita del teléfono.

Felipe no se rendía, volvía a la carga una vez más para coger el mando y yo le golpeé con fuerza en la cabeza con el cenicero. Él se cayó al suelo sin sentido y en el siguiente corte de anuncios me di cuenta de que la alfombra estaba empezando a empaparse de sangre.
- Cariño ¿te duele? ¿por qué no me contestas?

Como me aburría, fui a la cocina a por la bolsa de la nevera, la de los cristalitos, y el corte publicitario era tan largo que se me ocurrió qué hacer con ellos.

Empecé a mover a Felipe y a pellizcarle, también le quité la ropa. Por fin conseguí que abriese los ojos y le dije:
- Ahora comprendo que tu modo de tratarme es la única manera en la que sabes decirme que me quieres ¿verdad?.
Él estaba como alelado.
- Anoche soñé que eras un tarro de legumbres, Felipe, y yo te guardaba los cristalitos-, dije mientras empezaba a clavarle los restos de las puertas por todo el cuerpo. Grandes lagrimones surcaban su cara y la sangre empezaba ya a asomar por la comisura de sus labios además de por las numerosas heridas que iba haciéndole en todo el cuerpo.
- ¿Querías el mando a distancia, no? Toma
Se lo puse en la mano.
Los ojos de Felipe estaban desorbitados y no podía moverse ni hablar. El pobre estaba perdiendo mucha sangre.
- ¿Quieres también la televisión, verdad? toma, toda para ti.
La empuje y cayó sobre su cuerpo desnudo y sangriento. Ahora Felipe olía a quemado.

Después fui a la cocina, acabé de barrer las lentejas y el arroz del suelo y me dispuse a salir de casa para no volver.
Eso sí, antes de irme, le eché una última mirada a lo que quedaba de Felipe y le dije:
- Ah, se me olvidaba decirte que yo también te quiero.

Fuente : kruela.ciberanika.com, y gracias a Jánika